La Gran
Rusia Imperial (Relato fantástico)
Al entrar en el palacio todo
pareció más surreal. Todo relucía, paredes doradas, cristales por doquier, de
pronto me perdí del recorrido turístico y poco a poco dejé de ver gente. El lugar quedó
desolado, sólo estábamos yo y mi curiosidad en aquellas salas mayestáticas.
Comencé a preocuparme ya que había pasado rato desde que me separé del grupo. El
lugar parecía haberse quedado sin personas, no se sentía ni un alma en la gran
estructura, pero ¿cómo? Eso no tenía sentido en lo absoluto. De repente empecé
a escuchar una melodía en la distancia; la seguí en búsqueda de alguien que me
pudiese ayudar a encontrar el recorrido. Cada vez que avanzaba, la música se
intensificaba, de pronto dejé de caminar y comencé a correr progresivamente con
un ligero tono de desesperación. Al detenerse la música con un fuerte estrépito
me encontré enfrente de unas grandes
puertas de color blanco con delicados picaportes y detalles en dorado. Mi
respiración resonaba ahora en el silencio casi agobiante. Las puertas se
abrieron lentamente y casi no podía creer lo que veía; un pequeño teatro rococó
se plantaba delante de mí y todos los espectadores que se encontraban en sus
asientos me miraron.
Sentí el pánico como nunca
antes y no pude mover ni un centímetro de mi cuerpo. Un hombre delgado y alto
se me acercó, vestía un traje formal que a mi parecer era de los años 1800,
pero estaba impecable y simulaba estar nuevo. Cuando ya se encontraba
relativamente cerca me dijo “Mademoiselle,
suivez-moi… on vous attendait…”. En
aquél momento, mi impresión no me permitía deglutir lo que acababa de pasar, el
caballero me había pedido que lo siguiera y más desconcertantemente: que me
estaban esperando… ¿Me estaban esperando…? ¿Quiénes…? ¿En dónde…? ¿Por qué…?
Mi reacción por inercia fue
seguir a aquél caballero de nariz larga y caminar por el pasillo mientras todos
volvían sus miradas en mi dirección. No pude evitar notar que todos dentro de
la sala estaban vestidos de acuerdo al lugar; al parecer yo era la única que
vestía ropa moderna; todo aquello fue muy confuso y nada lógico parecía que
fuese a ocurrir pronto tampoco. Al llegar casi al escenario el hombre se detuvo
y con un gesto y reverencia me señalaba educadamente a una mujer hermosa, y con
una voz casi inaudible dijo “Mademoiselle,
je vous présent L'excellence Princesse Alexandra Feodorovna”. La
delicada mujer me observó y con una sonrisa hizo ademán al hombre y él me
indicó una butaca a ciertos puestos de donde se encontraba la Princesa. Al
sentarme los espectadores contiguos me miraron de reojo y con cierto recelo. No
entendía qué había pasado… minutos atrás estaba en un viaje familiar y de
pronto me encontraba en lo que parecía la Rusia Imperial esperando por un
espectáculo en el Palacio de Catalina La Grande…
Casi debajo del escenario, en
el foso de la orquesta se asomó un hombre pequeño y bien vestido, levantó su
mano y comenzó a agitar su batuta de par en par. Una música comenzó a sonar
gradualmente y las luces fueron desvaneciendo hasta que sólo el telón de
terciopelo rojo quedó iluminado. Al abrirse el telón, unas bailarinas
aparecieron en la mitad del escenario, y con sincronía y precisión comenzaron
su danza hipnótica. De lado a lado se movían con sus hermosos y elaborados
trajes rosa y blanco, cada detalle iba en simultaneidad. La variedad de sonidos
en la melodía eran casi visuales; parecía que los músicos ayudaban a las
bailarinas a pintar los colores de aquella escena tan sublime. El tiempo se
sentía diferente, como si todo ocurriese regularmente pero yo, y únicamente yo
lo sentía más lento.
Ya terminado el espectáculo,
cuando las bailarinas se presentaban ya enfrente en el proscenio para hacer su
habitual reverencia en agradecimiento, me levanté como los demás a aplaudir
ante ellas pero en un abrir y cerrar de ojos me encontraba de nuevo
sentada.
Al voltear desorientada, me
encuentro a un lado de mi primo en el autobús del tour. Lo miré con
desconcierto puesto que cada vez entendía menos lo que había ocurrido, él me
devolvió la mirada riendo, como de costumbre. Supongo ahora que pensó que se
debía a nuestra incapacidad de entender el mensaje en ruso que escuchaba por
los parlantes del autobús, pero eso lo entendí minutos después de repasar todo
lo que había pasado en mi cabeza una y otra vez como una película. De regreso
al hotel me pregunté durante todo el camino si aquello había sido real o no…
todo había parecido tan auténtico que los recuerdos jugaban con mi cordura…
Compañera de viajes intelectuales.
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