Los perdidos.
Llegar hasta
allí no fue una odisea. Viajamos unos 220 Km., unas dos horas y
medias de sueño, aproximadamente. Mis
ojos no creían lo que estaban viendo. Era una mezcla entre lo moderno y lo
antiguo. Anduvimos un tanto perdidos
porque no encontrábamos el parking indicado por el GPS; entre tanto seguía en
silencio y admirando lo empedrado de las calles. Por fin encontramos el estacionamiento y fue
a partir de ese momento en que estábamos verdaderamente desaparecidos. - ¿Cruzamos a las derecha o a la izquierda?-
preguntaba el baquiano… ¿Se podrán imaginar?, si ni siquiera el baquiano sabía
a dónde íbamos.
Entre bulevares y avenidas pudimos observar
las cálidas edificaciones, los balcones llenos de flores, las bicicletas
aparcadas en las aceras, los automóviles cediendo el paso a los peatones.
También conocimos los famosos Café Shop; son pequeños establecimientos donde lo
menos que venden es café. Lo que sí
supimos es que los que salen de allí vuelan muy alto… hasta las nubes…cuidado…caída
estrepitosa.
Al preguntar a
un joven dónde nos quedaba nuestro destino, llegamos al cruce de una gran
avenida, un poco inclinada; desde allí se podía percibir el olor del mar. Mientras caminábamos, las fotografías y los
videos permitían capturar lo que
nuestros ojos registraban: árboles frondosos, ríos cristalinos, ferrocarriles,
apartamentos modernos, centros comerciales: …préstenme sus ojos para poder ver…
Las niñas en sus
respectivos coches manifestaban su hambruna. ¿Dónde comemos? -primero hay que
llegar-, decía nuestro guía; un tanto desesperado. Así que tocó seguir caminando; el sol a su
máximo esplendor. Al poco tiempo, llegamos
a una encrucijada; a la derecha, un gran puente en forma de arpa, dividía en
dos a la ciudad; a la izquierda, un
obelisco, erigido en honor a los caídos de la guerra… Dios… queríamos tomar
hacia ambos lados. Decidimos ir al
monumento; desde allí se puede divisar la entrada del mar del norte; importante
puerto marítimo de Europa, comunicado con el río Rin. Su construcción data de los años 1866. La culminación de esta gran ingeniería
permitió la creación de la metrópolis que vi por primera vez. El ataque de las tropas alemanas sobre Rótterdam
destruyó gran parte de sus antiguas construcciones y no fue hasta los años
cincuenta cuando empezó su reconstrucción.
La modernidad se apoderó de la ciudad, aunque su historia antigua aún se
puede respirar.
A las orillas
del mar del norte unas pequeñas embarcaciones brindan sus servicios de paseo y comida.
Por cierto aún no comemos, ya estoy un tanto impaciente. Cerca de allí, alquiler de bicicletas para
dar paseos por lo largo y ancho del puerto.
La flaca dijo: noooooo, por favor, nooooo. Todavía le duelen las piernas por el viaje de 14 Km. hecho por las riberas
del Rhua. No se arrepiente, pero no
quiere volver a subirse en una bicicleta por un largo rato. Después, los llevaré a ese paseo.
Una de las nativas
de la ciudad nos sugirió ir a comer a uno de los centros gastronómicos más
espectaculares de Europa. Durante nuestra
caminata hasta allá, nos topamos con una especie de museo naviero. Está insertado exquisitamente entre los
edificios y las calles; digo exquisito porque muchos de los barcos fungen como
restaurantes. Fotos iban y venían. Observamos
hoteles flotantes, barcos jardín e incluso barcos fantasmas.
La flaca empezó
a acalorarse y en plena vía publica se quitó las medias de invierno que llevaba
puesta; quien diría que ella haría una cosa como esa… pero sí, lo hizo, la
pobre no aguantaba más; se sentó en un banco, se subió la falda y ¡zas¡, medias
fuera.
El calor era tanto que el flaco nos dio unas
cervezas para refrescarnos y así anduvimos cual vikingas. En una esquina, antes de cruzar la calle,
vimos tres edificaciones súper modernas; lo más sorprendente es que estaban
unas al lado de las otras, pegaditas, como si una formara parte de la otra, y
todas juntas, un todo. Una parecía un
mini castillo, otra, una construcción hecha de legos y la otra, una nave
espacial. Es impresionante lo moderno de estas construcciones.
Al cruzar la
calle nos encontramos con una plazoleta; allí, las personas acostumbran a
descansar en unas escalinatas en
compañía de las gaviotas. Cuando voltee
hacia atrás el asombro fue grande; el
centro gastronómico era inmenso, cuyo diseño parecía haber salido de una
película futurista; vidrios tornasoles revisten una especie de túnel gigante
(cascaron cilíndrico transversalmente cortado en el eje de las abscisas, según
César). Dentro de él, una galería de
platillos, productos, bebidas, dulces y hortalizas deleitaban los paladares de
los comensales que allí convergían. Salimos de allí y un mercado popular nos
aguardaba: pescado y productos del mar, como lo quisieras, crudo, cocido, por
kilo o por ración. Todo un banquete de
dioses y un sin fin de indecisiones.
Después de haber
caminado tanto y de haber visto mucho, decidieron retornar al parking. A partir
de ese momento se generó esta historia. Todos
regresaron y yo me perdí. Me perdí entre
la gente, me perdí entre los aromas, me perdí entre el calor de la tarde,
simplemente me perdí. Me perdí y sigo perdida entre los recuerdos y paisajes de
esta ciudad.
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